domingo, 14 de diciembre de 2008

Enero


Hacía mucho frio pero Ursula, la tia de Ada no quería subir la temperatura del termostato para no gastar demasiado. La vida de Ada siempre había sido así, los calcetines siempre zurcidos una y otra vez, los jerseys heredados de sus primos que siempre le quedaban grandes, los libros usados de sus vecinos, en los que jorge el pequeño de los Martinez, un año mayor que ella escribía guarradas y nombres de chicas de su clase.

Ada tenía tanto frio que decidió coger el libro que ocupaba su mesilla de noche y meterse en la cama, cubriendo todo el cuerpo con las dos mantas y la sabana, asomando apenas sus dos manos que sostenian el cuento que su madre le había regalado en su décimo cumpleaños.

Ada no olvidaría nunca aquel cumpleaños, porque fue él último que vivió junto a su madre. No recordaba que en aquella época pasaran nunca frío en casa, y siempre estranaba ropa, preciosos conjuntos que compraba con su madre. Ada recordaba a menudo las tardes de compras con su madre que siempre terminaba en un chocolate caliente en aquella pequeña chocolateria escondida que un día ambas descubrieron por casualidad, recordaba la sonrisa su madre, y sentia todavia su mano al rozar su rostro para retirarle aquel mechon siempre rebelde que dominaba su cara.

La luz de la luna se reflejaba en el espejo del armario antiguo de la habitación. Ada veía el reflejo de su blanca luz tras el libro que como cada noche leía y releía, mientras recordaba la voz de su madre en cada palabra de aquella historia: La niña de la Luna

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